
Entrevista a David Baute: el poder documental de Mariposas Negras
Mariposas Negras es un largometraje de animación que combina documental y paraficción narra las historias de tres mujeres de diferentes lugares del mundo: el Caribe, África y la India. Tres historias separadas geográficamente, pero unidas por los estragos de la emergencia clima Inspirándose en testimonios reales, la película propone un viaje desde estos territorios condujo a un futuro incierto para la humanidad.
David Baute, creador del largometraje, protagonizó una sesión de Encuentros con… es CaixaForum Lleida, donde pudimos conocer más sobre su proceso de creación, así como
los retos y transformaciones que ha experimentado el proyecto, galardonado con el Goya a la mejor película de animación
El proyecto de nació como documental. ¿En qué momento decidiste transformarlo en uno? ¿película animada?
Sí, originalmente era un documental. Estuve tres o cuatro años grabando Éxodo Climático, investigando, acompañando a las protagonistas. Pero cuando ellas tuvieron que emigrar y
dejar sus hogares, cerramos ahí esa primera película. Seguimos en contacto con sus familias, con gente local, y nos dimos cuenta de que había otra parte de la historia que también merecía contarse. Pensamos en rodar de nuevo, pero era inviable: por las distancias, las condiciones y la situación de cada una. Entonces surgió la idea de recrear esa segunda parte mediante animación. Contacté con Edmon Roch y le entusiasmó la propuesta. A partir de ahí decidimos reconstruir toda la historia en animación: sus vidas en origen y el viaje posterior. El proceso fue largo, casi ocho años más, con muchas dificultades de financiación, pero también muy bonito. Para mí, Mariposas Negras sigue siendo un documental, solo que contado con la técnica de la animación.
La película fue seleccionada tanto en Annecy como en IDFA, dos festivales de referencia en animación y documental respectivamente. ¿Cómo viviste eso?
Fue increíble. Annecy vio un corte sin terminar y quiso seleccionarla, lo que nos emocionó muchísimo. Y poco después también la pidió IDFA, el festival de documental más importante del mundo. Que ambos quisieran programarla fue una señal de que la película podía moverse entre los dos mundos.
Tú vienes del documental. ¿Cómo fue la adaptación al lenguaje de la animación?
Al principio fue un reto enorme. No tenía experiencia en animación, y es un proceso complejo, muy distinto al documental. Pero tuve la suerte de contar con un gran equipo:
Edmon en la producción, María Pulido en la dirección de arte, con quienes formamos una relación muy cercana. Yo aportaba el trabajo previo: los lugares, los personajes, los sonidos reales. A partir de eso, empezamos a diseñar fondos y personajes. Me costó entender al principio que en animación el montaje debe estar cerrado antes de empezar: cada plano está milimetrado, cambiar un segundo implica semanas de trabajo. En el documental, en cambio, puedes reinventar la película en el montaje. Aquí no. Pero aprendí. Incluso ideamos un sistema para poder “mover la cámara” en los escenarios virtuales antes de que los animadores dibujaran, para ajustar el punto de vista.
¿Hubo algún choque de lenguajes entre el documental y la animación?
Sí, sobre todo en el ritmo. Yo vengo de un cine más observacional, de planos estáticos que dejan respirar la realidad. En la animación, en cambio, se tiende a un ritmo más dinámico,
más entretenido visualmente. Al principio los animadores se reían: “David, tú quieres otro de esos planos aburridos tuyos, ¿no?” (ríe). Pero acabamos entendiéndonos muy bien.
En CaixaForum dijiste que la animación 2D puede acercarse más a la verdad que la imagen real. ¿Por qué?
Sí, me pasa algo curioso con eso. Las primeras versiones de los fondos, los bocetos iniciales, ya me parecían muy auténticos, aunque no los podía usar, porque no se podían
animar. Tenían esa crudeza del trazo, de la pincelada original. Me gustaba esa imperfección, esa sensación de que algo está vivo. La animación 2D tiene esa capacidad de conectar con la emoción, con la verdad interna de los personajes. Además, al conservar el sonido real: las voces, los ambientes, los animales, los ritmos de esos lugares, la película mantiene su raíz documental. Esos sonidos me sitúan de inmediato en el espacio.
Después de esta experiencia, ¿te consideras director de animación?
No, sigo siendo documentalista. Me encanta el cine documental porque es el género más libre. Puedes reinventar la historia en el rodaje o en el montaje, mezclar estilos, dejarte
sorprender por la realidad. Es donde me siento más cómodo. Ahora mismo estoy terminando una película sobre un hombre mayor en sus últimos años de vida, rodada durante cinco años en Súper 8. Es un trabajo íntimo, sobre su relación con el espacio, con su huerto, con su casa. Me sigue fascinando simplemente observar la vida.
¿Y de dónde viene el título, “Mariposas Negras”?
De las mariposas monarca, que migran cada año entre Estados Unidos y México. Durante siglos han hecho el mismo trayecto, pero los científicos descubrieron que el cambio climático estaba alterando sus rutas. Me pareció una metáfora perfecta para hablar del desplazamiento humano. Luego pensé en las protagonistas como en esas mariposas: seres frágiles, hermosos, que necesitan condiciones adecuadas para sobrevivir. Además, en las culturas de cada una, las mariposas tienen significados simbólicos distintos, ligados a lo espiritual. Todo encajaba. Si aún no lo ha hecho, puede ver Mariposas Negras a RTVEPlay