QUEREMOS DIVERSIDAD Y LA QUEREMOS AHORA
La animación de films, series y videojuegos no sólo es un territorio creativo extraordinario, sino que, como todo arte, tiene también un gran potencial educativo, modélico, como ingeniero social. Cuando vemos que películas y series animadas normalizan una boda gay (Steven Universe), una princesa racializada (Tiana y el sapo), un protagonista trans (Punto muerto: Un parque paranormal) o un protagonista con síndrome de Down (Valentina), intuimos el impacto que ello va a tener. Por su conexión con la audiencia más joven, estos medios van a llegar a donde políticos o campañas institucionales no alcancen. Es un poder que conlleva una responsabilidad, naturalmente. El reciente éxito en Netflix del extraordinario largometraje animado Nimona (basado en el cómic de ND Stevenson y favorita a los premios Oscar de este año), protagonizada por una adolescente hiperactiva y marginada, capaz de convertirse en cualquier animal o persona cuando tiene un subidón de adrenalina, y una pareja interracial y gay de príncipes, ha dejado claro que hay un público creciente ávido de ver reflejada nuestra realidad diversa, también en animación.
Pero es que esta visión inclusiva forma parte del propio ADN de la animación. Este es un arte visual que crea mundos desde cero. Son comunes en animación las metamorfosis y la representación de cuerpos tan poco normativos como el de Olivia de Popeye, el de la Princesa Bultos de Hora de aventuras o el de los orondos Minions. ¿Son quizás la piel amarilla de la familia Simpson y sus peinados imposibles elementos con los que representar una clase media no-necesariamente-blanca como suele ser habitual en las sitcoms?
¿Por qué hoy tantos adolescentes se identifican con personajes de manga y anime fuera de la norma? Han abundado animales, plantas, e incluso objetos con vida propia y relaciones entre ellos ya desde los inolvidables cortos de los hermanos Fleischer o las Silly Simphonies del Disney. Un animal insignificante y denostado como un ratón, se convirtió en Mickey Mouse, el gran personaje símbolo de la hoy productora más poderosa del mundo.
La animación ha sorteado gracias a su propia naturaleza fantástica críticas y censuras. En La Venganza del Camarógrafo, el filme de 1911 de Ladislas Starewitch, se nos muestra la infidelidad de la mujer del saltamontes con una cigarra. ¿Era esa una relación interracial, además de adúltera? En numerosos cartoons clásicos de la Warner Brothers, los Looney Tunes, aparecen personajes travestidos (Bugs Bunny) o flirteando con otro del mismo sexo (Pepe Le Pew). El cine animado siempre ha ofrecido al espectador un gran margen para imaginar y proyectar la condición de cada espectador.
Rebecca Sugar, creadora en 2015 de la aclamada serie de Cartoon Network, Steven Universe, puso en pantalla la primera boda entre dos mujeres vista en la animación. “Significó mucho para mí llegar a crear personajes que sean un reflejo y una extensión de mí misma. Si como espectador solo tienes la oportunidad de relacionarte con el mismo tipo de personaje una y otra vez, eso contribuye a la marginalización de la gente que se considera diferente, no hay oportunidad de conocer otra realidad. Cuando ves personajes de acción real en series, tienes la sensación de conocerlos, te son cercanos, pero con la animación se va un paso más allá, porque como creador te proyectas en él”, dijo. Sugar, que se declaró persona no binaria, había trabajado anteriormente en una de las series más imaginativas de todos los tiempos, Hora de aventuras, en la que abordó el tema de la diversidad de género con una libertad muy poco habitual en series infantiles.
Naturalmente, en la animación también se han conocido caricaturas, burlas y abusos de tópicos hirientes, sean sociales, coloniales o de condiciones tan aparentemente inocentes como la miopía de Mr Magoo.
Todavía hay un largo camino por recorrer, pero es la animación independiente, presente en festivales como Animac, la que siempre ha apostado de manera más decidida por la diversidad. En esa línea, hay que citar un precioso cortometraje inglés titulado A is for Autism (1992) dónde su director, Tim Webb, hace visibles las historias de personas autistas a partir de sus propios relatos y dibujos.
La década de los años 90 fue extraordinaria en este sentido en Inglaterra, gracias al empeño de las mejores escuelas de animación y canales como la BBC 2 y Channel Four. En esas circunstancias pudieron florecer autoras como Joanna Quinn (Premio Honorífico en Animac 2020), con un divertido corto feminista Girls Night Out, que invitó a muchas autoras a explicar historias y experiencias propias o Barry JC Purves (Premio Animation Master de este año 2024), director de Achilles, un film de marionetas animadas que muestra de manera explícita una relación homosexual. También relevante es el caso de Canadá, dónde la NFB (National Film Board), siempre apoyó la animación de autor, integrando regularmente sensibilidades y realidades diversas, fuesen las etnias aborígenes u otros colectivos que tradicionalmente no habían tenido acceso a hacer cine o a ser representados adecuadamente.
Sin embargo, en pleno siglo XXI hay quien se escandaliza por un beso entre personas del mismo sexo en un dibujo animado (pero no en imagen real), quien cree que la protagonista de un cuento tradicional no puede ser negra (pero puede ser sirena), o quien se siente incómodo ante la presencia de personajes con cuerpos y condiciones no normativas (aunque quizás sean la del mismo espectador).
Es relevante considerar los progresos de la animación comercial en este sentido, más conservadora por lo general, pero con un gran impacto en la sociedad. Productoras como Disney y Pixar, están dando grandes pasos, tanto en sus historias como en sus equipos de trabajo, con departamentos de diversidad que se traducen en tramas y personajes que reflejan mejor la riqueza social y sus conflictos, con princesas que van apartando poco a poco la idea del príncipe azul como única meta, y que representan culturas y etnias más variadas (Coco, Encanto, Soul…).
Podría decirse que el daño que la industria cinematográfica causó en el pasado, a partir de estereotipos, caricaturas o, sencillamente, ausencia de diversidad, sólo puede arreglarlo la misma y poderosa industria, todavía hoy, la mayor fuente de imaginarios. Es decir, la gran productora de realidad.
Un gran número de las historias de diversidad que nos llegan a través de la animación, lo hacen porque sus propios creadores pertenecen a colectivos que tradicionalmente se han sentido excluidos o maltratados en su representación, y ese es un gran grupo. Quien hace cine, si las circunstancias lo permiten, cuenta en primer lugar las historias que conoce, las que le mueven, conmueven y representan. Por eso es necesario una diversidad de artistas trabajando en la profesión, para conseguir una diversidad real en la pantalla. Por poner un ejemplo, gracias a asociaciones como WIA en EEUU (Women in Animation), MIA en España (Mujeres en la Industria de la Animación), CIMA (Mujeres Cineastas) o Dones Visuals en Catalunya se ha conseguido visibilizar el trabajo de mujeres cineastas e incluso legislar para caminar hacia una igualdad de oportunidades.
Hay resistencias por vencer, y mucho debate sobre cómo actuar de la mejor manera, pero también hay urgencia por cambiar el escenario que era habitual hasta hace tan sólo unas décadas. La tecnología, los modos de producción y las maneras de compartir, han multiplicado nuestras posibilidades expresivas enormemente. Y, sin embargo, la sociedad cambia mucho más rápido de lo que las ficciones son capaces de representar. Tan sólo en unas pocas ocasiones una ficción es capaz de precipitar los cambios anhelados. Son estas obras las que hoy perseguimos y necesitamos.
Por Carolina López, comisaria audiovisual y directora de Animac Lleida, Muestra Internacional de Cine de Animación de Cataluña, para el suplemento cultural DIS del 27 de enero de 2024.